martes, 11 de noviembre de 2025
Martes de la XXXII (202511119). Servir por amor
Hace dos días recordábamos el 36 aniversario de la caída del Muro de Berlín. A partir de ese momento se desencadenaron eventos en los que el comunismo se derrumbó y la doctrina neoliberal empezó a imperar en el mundo con todas sus implicaciones. Ella ha impregnado a nuestra sociedad de tal manera que el concepto de intercambio monetario se ha asumido hasta en la creencias religiosas. El intercambio de corte mercantil: te doy pero me das, se respira hasta en los conceptos religiosos. De allí que el trozo del Evangelio que se nos ofrece para contemplar hoy, sea difícil de aceptar: hago mi tarea sin esperar nada a cambio.
El interés propio del capitalismo imperante ha hecho que se margine algo esencial: el amor. La enseñanza de la perícopa de hoy solo podemos entenderla desde el amor. Para el mundo actual, la libertad consiste en hacer que a uno lo sirvan. Para Dios, la libertad verdadera consiste en la necesidad de servir por amor. Un padre sirve a sus hijos por amor, sin esperar nada a cambio. La parábola que se nos ofrece hoy del servidor que sirve a su señor, nos hace ver justamente eso, que debemos experimentar la felicidad y el gozo de creer y servir, pero no hacerlo Dios de forma interesada sino por amor, por adhesión a Él, a su misión, únicamente movidos por el gozo que nos da el saber que somos sus Compañeros, su Compañía. Es la invitación de Jesús a la gratuidad: a hacer el bien sin buscar recompensa, sabiendo que Dios no necesita de nuestras buenas obras, sino que somos nosotros los que nos beneficiamos con esas buenas obras. El premio está en la misma obra bien hecha. En el Reino de Dios no existen los privilegios ni las recompensas humanas, sino la alegría silenciosa de quien ama y sirve sin esperar nada a cambio.
Servir es en sí mismo un privilegio. Cumplir la voluntad de Dios no disminuye la libertad, sino que la realiza en plenitud. Y en esta escuela de humildad descubrimos que no somos dueños de nada, sino administradores del amor recibido, y que toda nuestra vida es una respuesta agradecida al don de la gracia. Es esto lo que hace Dios con nosotros y lo que nos pide que hagamos nosotros: vivir para amar y agradecer, agradecer y amar para vivir. Todo proviene de Dios, todo ha de volver a Él, y el mayor honor del discípulo es poder orar con verdad y serenidad, saborear, el Suscipe de nuestro Padre Maestro Ignacio:
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;
Vos me lo distes,
a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed
a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que ésta me basta.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)

No hay comentarios.:
Publicar un comentario